domingo, 10 de mayo de 2009

"Miguel Hernández Gilabert: poeta del pueblo".

Miguel Hernández Gilabert nació en Orihuela el 30 de octubre de 1910. La familia de Miguel estaba compuesta por el matrimonio, un hijo, Vicente, y una hija, Elvira. El padre, Miguel Hernández Sánchez, trabajaba en la crianza y pastoreo de ganado. Su madre, Concepción Gilabert Giner, era ama de casa. El matrimonio tuvo un total de siete hijos, de los que sólo sobrevivieron cuatro: Vicente, Elvira, Miguel y Encarnación. Cuando Miguel tenía cuatro años su padre traslada la residencia familiar a una casa situada en la calle Arriba (actualmente Casa Museo). La niñez del poeta transcurre entre los juegos y el trabajo. Desde que Miguel tiene siete años ayuda a su hermano Vicente en las tareas del pastoreo, aprendiendo este oficio. Su padre consigue, tras mucho esfuerzo que admitan a Miguel en las Escuelas del Ave María, anexas al Colegio Santo Domingo. A la edad de nueve años Miguel empieza a asistir al colegio.
En el curso de 1924 Miguel asiste por primera vez a las clases, donde también estudiaba Ramón Sijé, el que más tarde sería su gran amigo del alma. Desde el principio destaca el interés de Miguel por la lectura y el estudio, obteniendo excelentes calificaciones. En marzo de 1925, causado por la crisis económica que sufre su familia, tiene que abandonar sus estudios. Su padre le pone a trabajar con el ganado pero, pese a ello, aprovechará el tiempo que le deja el pastoreo en la sierra para seguir estudiando y leyendo. Miguel se convierte en el más asiduo visitante de la biblioteca de Luis Almarcha, sacerdote y canónigo de la catedral oriolana. Allí descubre a través de la lectura a los principales escritores clásicos de lengua española, así como traducciones de escritores clásicos griegos y latinos. En esta etapa también se sentirá atraído por el teatro. Lee asiduamente la colección teatral La Farsa y junto con algunos amigos forman un grupo teatral. Miguel hace sus primeros guiños como actor con diversos papeles en actuaciones realizadas en la Casa del Pueblo y en el Círculo Católico.
Pocos hombres se han dedicado tan intensa y apasionadamente a su creación literaria y lírica como Miguel Hernández. Su verbo templado y entero va lacrado con la firma imborrable de la sinceridad. Tal será su dogma como hombre y poeta. Su forma de actuar en el día a día, comprometiéndose social o políticamente, la llevaba a cabo con una sincera entereza y sin reservas, como su quehacer artístico. Es la actitud fundamental de quien escribió en endecasílabos genialmente contrastados: "porque yo empuño el alma cuando canto" y "la lengua en corazón tengo bañada". El hombre honesto, íntegro e inocente, apasionado y ardoroso, recóndito e intenso, que fue y ha sido Miguel Hernández, nos ha grabado el misterio de sus versos fornidos y sangrantes de su alma poética en el tañer diario de los amantes de la poesía de lo humano.
Dejando atrás la aleccionada paradoja descrita por Ortega y Gasset cuando nos dice que: "Vida es una cosa, poesía es otra... no las mezclemos", la creación lírica y la poesía es para Miguel Hernández la influencia artística de las más profundas ansiedades humanas. Es lo subjetivo, "lo más caritativo de lo humano", el fin de su más apasionante poesía. Su biografía, sacudida trágicamente por el sino de su familia y su desconcierto personal, queda labrada en poemas portentosos y llenos de candor. El amor, la procreación y maternidad, la esposa, son los más sobresalientes temas de su lírica. La guerra, sus heridos, la sangre, la muerte, la soledad, el hambre; etc. también le inspira poemas extraordinarios. Por otro lado, la áspera figura maternal cargada de mortecinas figuras, dolor y ansiedad, empañan su verso, muy alejado de todos las decoros artificiales de su generación, pero en el que translucen aires claros de legitimidad y agitación social, firme y sin artificios. Por todo esto, Miguel Hernández nos comunica un maravilloso mensaje poético y humano. Es capaz con sus versos de levantar enjambres de entusiasmo, sintiéndolos muy cerca de nosotros.
Frente a la distancia de algunas décadas anteriores, su ternura artística sigue siendo la nuestra, y su inspiración respira de esa dignidad y franqueza que impregna toda su creación, embelesando a todo ser humano de espíritu joven, límpido e impresionable.
Extras: "Miguel Hernández en Orihuela" (Parte 1 y parte 2).

1 comentario:

  1. A las aladas almas de las rosas
    del almendro de nata te requiero,
    que tenemos que hablar de muchas cosas,
    compañero del alma, compañero

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