sábado, 9 de mayo de 2009

"La literatura del Siglo de Oro".

Durante el siglo XVI y parte del XVII España conoció su máximo esplendor y el comienzo de su ruina. Los imperios de Carlos I y Felipe II se habían extendido por todas las partes del orbe. Sus nombres eran respetados y temidos. Carlos II el Hechizado, el último de los Austrias, era ya un deshecho humano. El siglo XVIII amaneció con sombrías perspectivas. España dejó de ser temida y respetada, y a consecuencia de este hecho los seculares enemigos, los que habían de tejer la "leyenda negra" e impedir todo resurgimiento posterior, levantaron la cabeza, especialmente a partir de la batalla de Rocroi o Rocroy al advertir que los tercios españoles podían ser vencidos. Y en los mares, los buques ingleses, franceses y holandeses, por primera vez en muchos años pusieron en fuga a los de España. Este esplendor y exuberancia de poder al cual siguió la decadencia, coincidió con una altísima expresión cultural como no se ha vuelto a dar en España. Todas las ciencias y las artes cobraron un impulso extraordinario. Hombres ilustres en las letras, en el arte y en el pensamiento se reunieron para aportar conceptos y formas originales. La reunión de estos hombres y su obra ha dado origen a la expresión "Siglo de Oro", aunque el lapso de tiempo que duró este auténtico renacimiento español casi alcanzará los doscientos años. Cuando la decadencia política era manifiesta y las dificultades sociales y económicas graves, aún continuaba en el campo del pensamiento y del arte el movimiento ascensional que no cesó, prácticamente, hasta el siglo XVIII. La influencia que este movimiento tuvo en el resto de Europa fue considerable.
La literatura es la forma más expresiva del espíritu de un pueblo. Jamás se dio en España una riqueza tan grande de obras y de autores como durante este tiempo. A pesar de la gran variedad de géneros y de estilos se observa en todos ellos un acendrado fervor religioso y patriótico. La idea de España, cuya unidad se había conseguido en tiempo relativamente muy próximo; el sentido católico, el carácter caballeresco de protección a la mujer y a los débiles, la exaltación de las virtudes, el aprecio al honor, a la palabra empeñada, la lealtad al soberano; etc., fueron compatibles con una soltura de estilo y un naturalismo de expresión que incluso hoy día nos sorprende. Influencia directa del renacimiento italiano se encuentra en Juan Boscán (1500-1543) que tradujo Il Cortigiano de Baltasar de Castiglione y fue poeta famoso, introductor del verso endecasílabo en España. Junto con Garcilaso de la Vega (1503- 1536), ambos fueron los mejores poetas líricos, netamente renacentistas. Los dos murieron jóvenes. Garcilaso trajo de Italia un estilo nuevo que le llevó a inventar la composición denominada "lira", llamada así porque el primer verso decía: "Si de mi baja lira...". Gutierre de Cetina (1520- 1560), autor de Ojos claros serenos, fue un continuador de los anteriores. La época de Felipe II, que abarcó prácticamente la segunda mitad del siglo XVI, fue distinta de la de Carlos I. Ésta fue más pagana, más libre y naturalista. Los hechos de armas y la tendencia renacentista predominan. En cambio, con Felipe II, España inicia un retorno al misticismo, al sentido religioso, y de este cambio está impregnada toda la literatura. La poesía popular, especialmente lírica y sencilla, está representada por la figura de fray Luis de León (1527- 1591), agustino, que había estudiado en Madrid y en Valladolid y llegó a ser catedrático de Sagrada Teología en Salamanca. Por dos veces sufrió proceso por la Santa Inquisición, pero siempre fue absuelto. Su obra poética es muy conocida y apreciada por su naturalidad y belleza: Oda a la Ascensión del Señor, A Francisco de Salinas, Noche Serena, Vida retirada; etc. Su tratado De los nombres de Cristo es un comentario sobre las catorce denominaciones que recibe Jesús en las Escrituras. El Cantar de los Cantares es una traducción del libro de Salomón, y La Perfecta Casada una exposición de los deberes y cualidades que han de adornar a la mujer cristiana. Fray Luis, representante de la llamada "escuela literaria salmantina", utilizó un lenguaje lleno de naturalidad y elegancia. Muy diferentes fueron los que se agruparon bajo la denominación de "escuela literaria sevillana", que se entregaron a verdaderas piruetas de lenguaje, amaron la altisonancia y, sin poder negar la influencia árabe, se sintieron atraídos por los temas orientales. Fernando de Herrera (1534-1597) era un sacerdote sevillano, entusiasta de Petrarca, que vivió toda su vida en la ciudad del Guadalquivir. Su obra poética es muy extensa, pero destaca un poema grandilocuente titulado A la victoria de Lepanto. Un sevillano famoso por sus poesías alegres y retozonas fue Baltasar del Alcázar (1530-1606), autor de Cena jocosa y Modo de vivir en la vejez. Una época tan belicosa y brava como los siglos que historiamos debía dar también una poesía épica de gran empuje, pero si bien las hazañas fueron dignas de los héroes griegos, la poesía no siempre estuvo a su altura. Algunos intentaron imitar las grandes epopeyas clásicas, como puede verse por los títulos de algunas y su ambición temática; otras se inspiraron en las glorias de los viejos romances, pero sin su candor y sencillez. Las tres obras culminantes de la épica del Siglo de Oro son: La Cristiada, poema escrito por fray Diego de Hojeda (1571- 1615), en el cual a través de 1974 octavas reales versifica la Historia de Cristo. El Monserrate, debido a Cristobal de Virués (1570-1610), narra la leyenda montserratina de fray Garí, el monje que pecó y después de larguísima penitencia fue perdonado. La Araucana, positivamente la mejor de las tres, debida a Ercilla y Zúñiga (1533-1594) que luchó en tierras de Chile contra el caudillo araucano Caupolicán, y en memoria de aquellas luchas épicas escribió este poema considerado la primera obra literaria nacida en la América hispana.

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